
Hace cerca de tres años Christina Galitsky se unió a un equipo de científicos a quienes se les había formulado un interrogante apremiante: ¿Era posible para los investigadores del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley de California (LBNL), donde Galitsky ejerce como ingeniera, idear un método expedito para que los desplazados de Darfur, región azotada por la guerra, puedan cocinar sus alimentos?
Para más de dos millones de personas desarraigadas por la guerra civil genocida en Sudán desde 2003, es una cuestión de vida o muerte. “Hacía tiempo que las mujeres refugiadas habían agotado la reserva de madera cerca de los campamentos de refugiados, por consiguiente, se veían forzadas a alejarse cada vez más hacia terrenos circundantes en busca de combustible para cocinar”, dice Galitsky.
En 2005 Galitsky y el físico Ashok Gadgil, científico principal del LBNL, propusieron como solución una hornilla portátil, altamente eficaz en el uso de la energía, que según Galitsky, “reduciría notablemente la necesidad de los refugiados de salir de los campamentos”.
Sin embargo, Gadgil y Galitsky tenían que persuadir a los refugiados para que usaran la hornilla, un artefacto cilíndrico de latón de 61 centímetros de altura y 36 centímetros de diámetro. Gadgil y Galitsky viajaron a Darfur en noviembre de 2005. La tarea de Galitsky era demostrar el uso de la hornilla a las mujeres que se mostraban cautelosas, acostumbradas a equilibrar sus ollas sobre piedras y cocinar con fuego de leña, como lo han hecho sus antepasados durante siglos. Galitsky demostró que cocinar en la nueva hornilla una olla de assida, una especie de masa, alimento básico sudanés, de harina, aceite y agua, consumía sólo la mitad de la leña usual.
En 1999, después de obtener su maestría en ciencias en ingeniería química en la Universidad de California en Berkeley, Galitsky no continuó estudiando para lograr un doctorado, ya que deseaba utilizar de inmediato y de modo práctico su capacitación. “Quería trabajar en problemas que tuvieran un efecto directo y profundo en la vida de la gente”, dice, “cosas como agua y aire limpios, cosas que nos son indispensables simplemente para vivir”.
El efecto fue aún más directo en Darfur, donde aparentemente la hornilla tuvo acogida entre los refugiados. “Esperamos que la noticia de la hornilla se extienda aún más, que todo el mundo hable de ello en los campamentos”, comenta Galitsky, “ya que esa es la forma en que la mayoría de estas cosas funcionan”. A finales del año pasado, cuando cincuenta familias sudaneses tuvieron la oportunidad de comprar la hornilla, a 2,50 dólares por unidad, todas la compraron.
Esta reseña es un extracto del artículo Hot Idea de Neil Henry, profesor de periodismo de la Universidad de California en Berkeley, originalmente publicado en la revista SMITHSONIAN, edición de octubre de 2007.
Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente los puntos de vista o políticas del gobierno de Estados Unidos.
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